Nota 2/3 del tema «El miedo a estar locos y el tabú hacia la psicología».
Escribimos una nota en tres apartados para proponer algunas ideas que nos permitan pensar por qué, como sociedad, no hablamos de salud mental. En el primer punto “¿Por qué no hablamos acerca de la salud mental?” nos preguntamos acerca de por qué factores como el machismo, la idea de bienestar y la influencia de la visión cientificista del cuerpo influyen en esto.
Mientras que en la segunda parte, «El lugar de la cordura» quisimos mostrar que en el abordaje a la salud mental predomina una visión maniquea, locura y cordura. Nos preguntamos por qué solemos ubicarnos «en el lugar de la cordura» y qué beneficios psíquicos nos otorga. Mientras que en el tercer punto proponemos cómo deshacerse poco a poco de los prejuicios hacia el cuidado de la salud mental y conocer lo que se puede trabajar y acompañar desde el ámbito psicológico.
2. El lugar de la cordura
Ir al psicólogo o atender un padecimiento de salud mental puede llegar a ser, en algunos lugares, un fuerte impedimento laboral, social o influir negativamente en algunos vínculos. Sucede en algunos países, que uno tenga que “confesar” haber estado en una institución o haber recibido tratamiento psiquiátrico al momento de buscar un trabajo, por ejemplo. Pedir ayuda se concibe, incluso por quien la solicita, como un signo de debilidad.
Una visión maniquea no permite ver los matices que hay entre un polo y otro, en este caso, la locura y la cordura. Generalmente esta visión hace que nos identifiquemos rápidamente del costado de la cordura, lo que nos permite ubicar todo lo que no entendemos ni queremos saber, del otro lado, el de la locura. El miedo a caer en el lugar de loco viene de una posición en donde nos concebimos a nosotros mismos como seres razonables, y en algunos casos, infalibles. Desde ese lugar, la locura nos asusta.
¿Entonces qué nos permite este “miedo a la locura”? nos permite colocarnos en un lugar que es cómodo, donde no hay trabajo psíquico por hacer porque todo ‘marcha bien’, y si no, al menos lo parece. Así, nos mantenemos alejados de nuestro cuidado, puede ser éste el de abrir preguntas sobre lo que nos acontece, y cómo tomamos nuestras decisiones. El “miedo a la locura” nos mantiene en una posición inercial en la vida, e inmóvil en el sentido de transformación y autoconocimiento. Nos señala, además, que el otro es lo distinto. Eso que con los años, como sociedad hemos apartado en los suburbios de las ciudades y que hemos confinado en las instituciones.
Reconocer que algo anda mal es darse cuenta de que las cosas ya no están funcionando igual, quizá algo de lo que hacíamos normalmente, ya no funciona. Pensamos que, lejos de mostrarnos débiles, muestra que nos dimos cuenta de que queremos que sea distinto. Esto ya nos dispone de otra manera , pues nos invita a generar algo que nos mueva de ese lugar, abre una oportunidad. Para eso tuvo que haber un reconocimiento, y eso es lo valioso, porque no es fácil ver que estamos un poco perdidos o que no sabemos bien qué hacer. Es más “fácil”, digámoslo así, pensar que vamos bien por la vida, que el que se equivoca es el otro, y que, en mayor o menor medida, lo que sucede no tiene que ver conmigo. Reconocer en este sentido, nos implica en nuestro ser, en nuestra subjetividad.
A todos nos pasa en algún momento estar tristes, vivir una pérdida, una ruptura amorosa o detectar algo que no reconocemos bien de dónde viene pero nos hace sentir mal. Identificar, reconocer y actuar frente a esos momentos no nos tendría que estigmatizar ni como débiles ni como locos, en realidad, hacerlo necesita más fuerza que taparse los ojos. Tenemos derecho a estar equivocados, a no ser entendidos, y a tener miedo de que no nos crean. Se trata de provocar la pregunta de cómo lidiamos con lo que vivimos y pensar por qué admitirlo nos vulnera.
Nicolas Gautron
Nacira García
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