Texto creado en el Taller de escritura creativa impartido por Samia Badillo y Nacira García en la plataforma de psicología online Espacio 2 puntos.

En medio de la noche, en una sala solitaria acompañada únicamente del sonido de las manecillas del reloj, se encuentra una mujer sentada en el sofá. Sostiene una taza humeante  entre las manos, permanece en silencio, viendo la oscuridad del techo interrumpida por la leve luz de una lámpara apagada que se niega a oscurecer del todo.

Reflexiona sobre lo que acaba de acontecer: vació su corazón en sus compañeros de trabajo al contarles dolorosos momentos de su infancia.

¡Ah! tal vez no debí hablar tanto o tal vez no debí decir esto o aquello, ¿me percibirán cómo alguien que se lo toma todo muy a pecho? o ¿seré una insufrible quejumbrosa para ellos? Tal vez en el fondo no me toleran y sólo lo piensan en silencio. 

Y así continuó unos minutos más, hablando para sí misma, torturándose con las cosas que sólo ella sabe decirse; porque sabe (y lo sabe muy bien) que serán dolorosas y muy probablemente la harán sufrir, aunque sean “pequeñeces”.

Tic-tac…

Ahí viene otro de esos pensamientos abrumadores, ahora con un tema diferente.

No he hecho las suficientes cosas para la edad que tengo, conozco mujeres casadas y con hijos, con una carrera estable;  esas que van al gimnasio, se alimentan súper bien, tienen un cuerpazo, ganan muy bien; y yo sigo aquí viéndolas, desde la oscuridad de la noche deseando sus vidas pero sin tenerlas.  Seguramente vienen de familias adineradas, seguramente es porque son guapas, seguramente no sufren, seguramente no lloran, seguramente aman todo lo que hacen…

Seguramente esto y aquello, seguramente estoy suponiendo todo y no tengo ni la menor idea de lo que pasa por sus cabezas y ni se perciben como yo las veo.

Pero… ¿Estoy haciendo lo que realmente quiero hacer con mi vida? ¿Lo que estoy haciendo hoy me lleva a ese lugar? ¿Qué es lo que realmente quiero? Estoy a nada de cumplir los 30 y no he hecho nada, absolutamente nada.

Tengo amigos con trabajo estable y coche o quienes ya compraron su casa, ¡Dios! ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué dirán de mí cuando muera? ¡Qué angustia!

Y así continuaba el tic-tac, el tiempo corriendo, como si de una carrera se tratara, intentando darle ritmo a la tortura mental de una de tantas personas ansiosas que no encuentran el botón de interrupción. Sólo cuando aparece el pequeño gatito regordete que habita esa casa ella puede descansar un poco y enfocarse en observarlo e intentar atraparlo, sin hacer mucho esfuerzo, honestamente.

Esa pequeña interrupción le hizo pensar en algo más.

Últimamente he estado intentando hacer un proyecto que me gusta y me emociona, pero después de 4 años sigo sin ser lo suficientemente valiente para arriesgarlo todo, y con todo me refiero a enseñárselo al mundo y decir “oh sí, este es mi proyecto y es lo suficientemente bueno”, porque honestamente hay un miedo tan grande y tan profundo dentro de mí que no me permite arriesgarlo todo, a pesar de los concursos ganados, los aplausos de conocidos y extraños. A pesar de las mil cosas que puedo o no hacer sigo sin elegir el valor sobre el miedo.

Sigo intentando no ser tan buena, sigo diciendo que aún no es momento, sigo pensando en las mil cosas que aún no tengo, lo que aún no soy, lo que aún no logro, lo que aún no tengo y que quiero… pero sólo quiero porque no lo busco, no lo siembro, pareciera que quiero que aparezca de la nada, el valor, las ganas, la astucia, la persistencia. ¿Dónde podré comprarla, dónde la conseguiré? ¿En el tic-tac?  No lo sé, lo dudo.

Mejor dicho, ¿Dónde cuelgo mi traje de angustia que me acompaña cuál camiseta vieja y sucia por doquier?

Necesito una pausa, un tic-tac que me deje respirar, necesito no tener que hablar, no tener que dar explicaciones, ni siquiera a mí.

Cada día entiendo más al loco que sólo se deja llevar por su caminar, cual viajero sin rumbo… 

Vuelve la vista a la fría taza que alberga entre sus manos y bebe el contenido de un sorbo.

Es hora de dormir, ya no puedo más.

Janine,
México, 2023