Texto creado en el Taller de escritura creativa impartido por Samia Badillo y Nacira García en la plataforma de psicología online Espacio 2 puntos.

Afortunadamente esta mañana me desperté con la alegría de encontrarme nuevamente en mi país. He sido protagonista de los hechos y circunstancias que vengo a referir, ya que deseo dejar constancia de ellos.

Todo se dio confusamente, o al menos así fue como yo lo percibí. Lo cierto es que sea lo que sea que provocó la transición, me encontré de golpe en medio de un fragor indescriptible. Cientos, incluso miles de carros rodantes se dirigían en el mismo sentido y dirección hacia lo que supongo un combate que no podía visualizar. Instintivamente llevé mi diestra a la empuñadura de mi espada. Veía humanos caminar extrañamente ataviados y con unas máscaras sobre sus bocas. Seguramente eran bárbaros. Hablaban una jerigonza que aunque extraña me era perfectamente comprensible. Estaba desconcertado. Es probable que todo fuera una ensoñación provocada por algún dios que no me favorece.

Me acerqué cautelosamente a uno de estos bárbaros (afortunadamente no parecían estar armados) y le pregunté hacia dónde se encontraba el mar Egeo. Me miró con espanto manifiesto, esto es, como si fuera yo un loco, y desapareció entre la multitud.

Me encontraba al costado de un anchísimo camino por el que transitaban los carros extraña y misteriosamente desprovistos de tiro alguno. A ambos lados de aquél, había unas altísimas hileras de fortalezas de aspecto amenazante. De pronto, a un costado, observé una persona de apariencia razonable. Y digo apariencia razonable ya que al menos veía en él un personaje que ya he visto otras veces. Reconocí en él a un mendigo, ya que vestía harapos y tenía varias bolsas a su lado que parecían ser sus pertenencias. Me acerqué. No parecí incomodarle. Me miró y sonrió, razón por la cual decidí sentarme junto a él para poder obtener algo de información que explicara la situación en que me encontraba. Me dijo que mi disfraz le parecía muy bien logrado al tiempo que me ofrecía una calabaza que tenía una pequeña varilla metálica dentro de ella. La tomé sin saber qué hacer o si se trataba de un presente que me ofrecía en señal de amistad. Me indicó que bebiera a través de la varilla. Al hacerlo invadió mi boca un líquido quemante y amarguísimo que me produjo arcadas.

El muchacho, ya que se trataba de un joven, me preguntó si había disfrutado la fiesta. Sin entender a que se refería, le expliqué que acababa de llegar a Ítaca luego de un larguísimo periplo por el mar en el que además había perdido a todos mis compañeros. Asintió y dijo que ahora entendía mi vestimenta. Me explicó que, de alguna manera, estábamos en parecida situación ya que él había llegado hacía pocos días proveniente de la luna, lo que me llevó a pensar que me encontraba en presencia de alguno de esos incontables semidioses que habitan el Olimpo. Siguió contándome que había venido a la Tierra para intentar salvar a la humanidad, pero que veía la tarea altamente improbable. Y siguió y siguió hablando de asuntos que me eran del todo incomprensibles, probablemente dada mi condición humana al tiempo que caía la noche y gran cantidad de antorchas (que no humeaban ni eran de fuego) comenzaron a iluminar la populosa ciudad en que me encontraba. Las palabras brotaban y flotaban un rato en el aire enrarecido y me iban llegando en oleadas cada vez más lejanas hasta que caí en un profundo sueño que me transportó  hasta mi tierra natal.

No intentaré pensar en estos hechos por ahora. La tarea que me desvela es desalojar de palacio a quiénes pretenden usurpar mi trono y acosan cual jauría a mi amada Penélope.

Juan Zubizarreta,

Buenos Aires, 2023