Nota 1/3 del tema «El miedo a estar locos y el tabú hacia la psicología».

Escribimos una nota en tres apartados para proponer algunas ideas que nos permitan pensar por qué, como sociedad, no hablamos de salud mental. En el primer punto abordamos algunos factores socioculturales como el machismo, la competitividad y la visión del cuerpo como máquina.

En el segundo punto interrogamos la visión de la cordura y la locura, y por qué nos ubicamos habitualmente en el lugar de la cordura ¿qué beneficios obtenemos con esta posición? Mientras que en el tercer punto proponemos cómo deshacerse poco a poco de los prejuicios hacia el cuidado de la salud mental: conocer lo que se puede trabajar y acompañar desde el ámbito psicológico.

1. ¿Por qué no hablamos de la salud mental?

Ir al psicólogo es mal visto en algunos ámbitos, incluso en culturas enteras. Esta visión que atañe al cuidado de la salud mental (o su falta de cuidado) la nombramos tabú, pues es algo de lo que poco se habla, y si se hablara, aún así, es“mal visto”. Para la RAE, tabú es la “condición de las personas, instituciones y cosas a las que no es lícito censurar o mencionar”. Es decir, no se prohíbe pero tampoco se habla, no se pone la temática sobre la mesa. Las consecuencias: el desconocimiento de qué hacer ante determinada problemática, de qué hacen los profesionales de la salud, y cómo se puede ayudar a alguien que lo necesita. La desatención y el desamparo pueden ser fatales.

En el afán de comprender por qué sucede, surge esta nota, a manera de proponer algunas ideas. Lo primero que nos preguntamos es si es una cuestión cultural. En lugares en donde está muy presente el machismo y en general domina una visión heteronormativa, la visión de que un@ tiene que poder con todo, es más valorable que resolver dudas, reconocer sentimientos contradictorios, o incluso pedir ayuda.

Otro factor cultural puede ser que operamos en una sociedad en donde la competencia exacerbada es muy valorada, por lo que  nuestra felicidad y bienestar tienen que destacarse.  Queremos mostrar y demostrar al mundo lo felices que somos, lo publicamos de forma ostentosa en las redes, somos felices con nuestra pareja, familia, vacaciones, profesión, mascotas, instrumento musical, etc. En un mundo donde competimos entre nosotros hasta en lo feliz que estamos, poner en duda esta felicidad o reconocer que algo no está bien es algo que nos avergüenza o leemos como símbolo de fracaso. No nos damos la oportunidad de admitirlo, y menos de demostrarlo.

Otro posible aspecto es la influencia cientificista  en la concepción de nuestro cuerpo y su diario “funcionar” (llama la atención que digamos “funcionar” y no “vivir”). Concebimos o nos es exigido funcionar como si fuéramos una máquina en donde cada pieza engrana con otra y eso nos permite un movimiento fluido. Pero no es así necesariamente que “funcionamos”. Sabemos que hay experiencias fuertes que “hacen cuerpo”, esto es, nos enferman. Algunos ejemplos son enfermedades relacionadas a la piel, como el acné o la psoriasis que tienen un tinte nervioso o contracturas musculares por alguna causa de stress, lo mismo los trastornos gastrointestinales, etc.  Hay veces que ciertos órganos no muestran ningún daño orgánico y sin embargo no funcionan como debieran (algunas parálisis).

Entonces, estos factores culturales; machismo, competencia exacerbada y la influencia cientificista, entre otros,  proponen que abordemos nuestros problemas desde un lugar más bien culposo, ya que no se están respondiendo a ciertos ideales de valor. En muchos casos, esos requerimientos son opresores, nos duelen.

Nosotros consideramos que no es objetivo ni de la psicología ni de los psicólogos “insertar” a las personas a una cultura determinada,  pues es una lógica que no permite darse cuenta de las necesidades, el deseo y la singularidad de quien consulta. Si esa “inserción” ocurre, será por consecuencia de haber trabajado en los motivos y  necesidades singulares -no al revés.

Nicolas Gautron
Nacira García

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