—Rectifico, la fruta madura nunca me gustó, pero es que cuando pienso en sus labios siempre aparece una fresa jugosa, lejos de la tersitud característica de eso que para mí es manjar para el paladar. Creo que solo me gusta esa fresa madura, definitivamente, solo esa fresa madura, al resto de ellas no las haría parte de mi postre.

—¿Qué más añadirías a tu postre?

—Déjame que piense… ¡Chocolate! Por supuesto, al baño maría con un 95% de pureza y pepitas de cacao tostado. Me vuelve loca el contraste, ese amargor que deja áspera la lengua con la suavidad que ofrece la fresa es, sin duda, una mezcla erótica de sabores invadiendo las papilas gustativas.

—Creo que ya sé en quién estás pensando, me lo has puesto muy fácil.

—Cierto, venga, te toca ¿Si fuera un animal, qué animal sería?

—Espera, todavía no he pensado en nadie— dijo mientras sonreía cerrando los ojos para traer a sí, la imagen de algún amorío extraviado—. Está bien, lo tengo.

—Tengo que conocerlo, o conocerla ¿eh? No valen personas de las que no tenga constancia.

—¡Que sí, pesada! Si fuera un animal sería uno de esos mamíferos que ves cuando subes a la montaña.

—Se más específica— añadió muerta de la risa.

—¡Joder! esos que te miran a lo lejos, que se posan en sus dos patitas traseras, mientras las de delante parecen manos en posición típica de abuela.

—¿Marmotas?

—¡Eso! Sería una marmota, pero no porque duerma mucho, que también. Sí, le encanta soñar. Sería una marmota porque siempre está alerta y atenta a lo que pasa a su alrededor, porque sabe que la miran pero se mantiene distante y corre a esconderse cuando intentas acercarte, como si estuviera esperando a que lo hagas para meterse en su agujero y dejarte con las ganas de ver más allá de su rostro.

—En tu lista hay mucha marmota, necesito más información ¿Si fuera una estación del año, qué estación sería?

—El invierno.

—¿Por frío?

—Por misteriosa.

—Bueno, entonces es de tu lista de mujeres, por lo que veo.

—Me delaté— dijo mientras se tapaba la boca con una mano—. Sí, es un invierno misterioso, desprende una luz corta y oscura.

—¿Una luz oscura?

—Exacto, como la de un cielo nublado cuando vaticina tormenta al atardecer; luz de intriga, tras las nubes está ella tan alumbrante, pero nosotras desde aquí solo podemos intuirla.

—Me lo estás poniendo difícil, sigamos ¿Si fuera un libro, qué libro sería?

—El lobo estepario.

—La pintas muy misteriosa, solitaria y oscura ¿Qué le ves?

—Esa pregunta no vale.

—Ya sé… bien, ¿Si fuera una planta, qué planta sería?

—¿El Pan de rana es una planta?

— ¿A dónde quieres llegar?— dijo intrigada.

—Bueno, pues digamos que es una planta, yo creo que lo es. Sería Pan de rana porque aunque flota libremente por el agua parece estar quieta y calma, suelo firme para esos pequeños anfibios de ríos y charcas.

—No puedo imaginar de quién estás hablando, pero revisa tus gustos, por favor— dijo entre carcajadas.

—No subestimes al Pan de rana, es sustento de muchos y velo natural de las débiles corrientes sobre las que descansa, ofrece intimidad al fondo y añade misterio también.

—Definitivamente no caigo en quién estás pensando.

—¿No te intuyes tras las nubes del invierno?

Alba Gimeno, Valencia