¿Por qué cierto tipo de discurso acerca de «las víctimas» en una relación amorosa nos genera ruido?
Encontramos en las redes varios videos y testimonios de quienes se identifican como “víctimas de narcisistas”, personas que describirían sus relaciones más bien dañinas. Quisimos escribir qué nos provocó ese discurso y proponer una lectura de “la víctima” en tanto lugar o posición en el que solemos caer, y qué podemos hacer para irlo quebrando.
I. “La víctima” como una posición ante la vida
Normalmente todos estaríamos de acuerdo para defender, abrazar, ayudar a las personas que consideramos víctimas y a darles las herramientas para que se defiendan. Pero existe un discurso que, aunque en apariencia ayuda a las víctimas dándoles tips para reconocer a los atacantes (psicópata, narcisista, violent@s) las pone en una casilla y las condenan a ser eternamente víctimas; así no puede existir ningún proceso emancipatorio.
No decimos que no es útil entender y detectar los mecanismos del agresor. Es saludable, es necesario, pero no es suficiente, porque si uno se queda acá, se va a complacer en su postura y es probable que recaiga de una forma u otra.
Hay personas que suelen ponerse en pareja con gente violenta; muchas veces son quienes conocieron la violencia en su infancia. Es útil y saludable que puedan darse cuenta de que su pareja es violent@, que no lo naturalicen, pero es también primordial que se pregunten qué las llevó a elegir estas parejas y a sostener estas relaciones. No en un ánimo de culparse. No se trata de culpa. Hablamos de víctima como una postura que impediría “darse cuenta de”. [1] Se trata de entender que uno tiene mecanismos internos, conscientes e inconscientes, que rigen sus acciones y de proponer mirar, analizar y entender dichos mecanismos para abrir más posibilidades de elección. Es hacernos de las herramientas para poder elegir.
Estamos hablando de la víctima, no como si fuera una etiqueta sino como si fuera una postura. En lenguaje psicológico podríamos pensar esta propuesta que pasa del objeto al sujeto; de estar determinado a poder hacer con eso, elegir y tomar responsabilidad por las acciones.
II. ¿Cómo quebrar esta posición?
Encontramos en las redes muchos testimonios de hombres calificándose como víctimas de parejas narcisistas. Estos testimonios tienen en común el odio a la ex pareja (y en muchos casos la deshumanización, calificándola de «monstruo») y una notable falta de registro propio. Es decir, no hay un intento de responder a las preguntas que tendrían que ser centrales:
¿Por qué elegí y sostuve esta relación?
No en forma culposa pero preguntándose acerca de la imagen que tengo de lo que debe ser una pareja, cuál es mi concepción de hombre y de mujer; y si esta visión me lleva a elegir este tipo de personas. Nuestra concepción de lo que representa una pareja se construye a lo largo de la vida, primero con el ejemplo de nuestros padres y después de nuestros círculos familiares, con nuestras amistades y el bombardeo publicitario de series, películas, etc. que consumimos.
¿Cuáles fueron los beneficios que veía en esta relación?
Es una cuestión interesante, hace que nos preguntemos qué nos lleva a sostener una relación. ¿Era la plata? ¿Tenía una linda casa? ¿Me mantenía? ¿Me daba seguridad? ¿Era de buena familia? ¿Me parecía atractiv@? ¿Era un@ profesional reconocid@? ¿Me daba orgullo estar y que me vean a su lado?
Esto habla, por sobre todo, de nuestra visión de nosotros mismos; lo que consideramos que no tenemos y debemos tener, o lo que valoramos en los demás, lo que pensamos que “otro” ve como algo importante. Incluso, una fuerte desvalorización de un@ mism@.
Un ejemplo:
En la serie “The act”[2], una madre hace creer al mundo entero que su hija está muy enferma. Usa una silla de ruedas aunque no la necesita. La serie muestra que esto le da ciertos beneficios, pues tienen trato preferencial, les obsequian entradas, productos; en realidad hacen una forma de vida con esto, viven de donaciones y cobrando cheques.
La hija solamente tiene que salir de su casa caminando para que se acabe esta tortura, o al menos, eso pensaríamos nosotros, pero no lo hace. Lo que lleva a la evidente pregunta, ¿por qué? ¿Por qué sostener esto? ¿A qué está “verdaderamente atada” esta relación? Esto nos guía hacia otra pregunta:
¿Por qué aunque hubo varios signos de que esta relación me hacía daño la quise continuar?
Muchas veces se toca fondo ante una crisis o cuando se cruza “alguna línea”, por ejemplo, casos de violencia psicológica que comienzan a manifestarse en violencia física. También cuando sucede el abuso de manera reiterada y finalmente algo “fue la gota” que derrama el vaso. Si se mira para atrás, se reconocerán muchos signos que indicaban que la relación empezaba a ser dañina o iba por el “mal camino”.
Insistimos, culparse aparece como una opción que se queda en una posición de dolor, o de vergüenza, y que nos hace sentir mal. Quizá también nos da ciertos beneficios quedarnos ahí, como llamar la atención de los otros o recibir palabras de aliento. Pero queremos pensar que es posible desarmar esta posición.
III. Accionar
Nietzsche hablaba de la transformación del hombre en tres figuras, el camello, el león y el niño[3]. Proponemos una libre interpretación que nos ayuda a pensar esta posición. El camello acepta las cosas como si fuera su cruz y no puede distinguir que hay otro camino (lleva la carga del deber). Pero el león se enoja con esto y rechaza todo (es la fuerza necesaria para romper las cadenas). Pero no se puede quedar ahí. La figura del niño ayuda a reinventar las reglas. Con esto podemos pensar la posición de víctima en la del camello, necesita un movimiento que lo libere, enojarse con eso, volverse león. Pero tampoco puede quedarse así, prisionero de ese enojo; odiará. ¿Cómo pasar a la postura que permita re- inventarse? Para nosotros, radica en comprender, y preguntarse qué sucedió, incluso, podríamos añadir, perdonarse. Esto permitirá que el niño, a la hora de recrear sus reglas e historia pueda tener mayor conciencia. Y también para que cuando algo de esto aparezca en nuestra vida, tengamos las herramientas para reconocerlo; sólo ahí podremos decidir.
Así que retomando la pregunta, de por qué continué algo que me hacía sentir mal, decimos que no se trata de culparse, esto siempre aparece como una opción que se queda en una posición de dolor, de vergüenza. Tampoco queremos insinuar que estas situaciones no duelen, lastiman o tienen heridas muy profundas que trascienden el momento de la relación. Lo que queremos decir es que cuando nos sentimos así, quizá podamos preguntarnos estas cosas y orientarnos para ver cómo salir de ésta[4].
Por eso los discursos que pretendan explicar los motivos en el afuera (cómo detectar a un psicópata, o referirse al otro como “el monstruo”, “la narcisista”, etc.) y no proponen detenerse a preguntar cómo es que estamos sosteniendo esto, nos generan ruido. Así, lejos de dejar el asunto en que el otro es “el monstruo” y yo la víctima, propondríamos un accionar en mi disposición. Esto servirá para detectar esos comportamientos, porque a veces no nos damos cuenta, y ubicar con quién queremos estar y desde qué lugar.
[1] Hablamos de una “posición de víctima”, que consideramos que nos puede atravesar a todos en algún momento. Queremos proponer que esto es una posición y que es posible correrse de ahí.
[2] La serie está basada en la historia real de una madre que enferma a la hija desde su nacimiento, no dándole la oportunidad de desarrollarse libremente. Es constantemente abusada en su integridad, consume medicamentos psiquiátricos y provoca una fuerte relación de dependencia. Esto llega a su fin cuando la madre prohíbe a su hija enamorarse.
[3] Friedrich Nietzsche. “De las transformaciones del espíritu”. En Zaratustra. Versión online.
[4] Aquí también tendría lugar el trabajo terapéutico en tanto que propone un registro propio. Ambos, herramientas que nos proporcionan una mirada más panorámica y que nos permiten hacer el trabajo más llevadero.
Nicolas Gautron
Nacira García
Editorial de Espacio2puntos
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