La pandemia que atravesamos en la actualidad está dejando como herencia el uso habitual, cotidiano y necesario de las plataformas y la comunicación digital. Resguardarse en casa propició que buscáramos formas distintas de acercarnos y acompañarnos en esos momentos, a la distancia. Notamos que era igual estar en otro país que en otro barrio. Así, plataformas de videollamadas o de educación virtual empezaron a llenarse de suscriptores, eran punto de reunión para alumnos y profesores, al principio, respetando los tiempos de cada uno, pero poco a poco abarcaban más, el no tener horarios llevó a exigir tiempo ilimitado a los docentes, para organización y actualización en el uso de dichas plataformas.
La situación nos generó cambios bruscos en nuestra rutina, algunos se quedaron sin trabajo de un día para otro, otros, con una baja considerable de ingresos, y quienes continuaron trabajando, también sufrieron el burn out de los excesos de mensajes, mails, grupos y reuniones virtuales que excedían el horario de cuando asistían. Ignorar cuánto iba a durar este proceso de confinamiento, aunado al anuncio de la falta de trabajos y el abrupto cambio de la vida cotidiana, hizo de la incertidumbre nuestra constante compañera.
Ahora había que quedarse dentro de casa; afuera ya no había nada que nos esperara, cuando mucho unos horarios organizados de compras y nuevas formas de guardar distancia con los demás. Comenzamos a incorporar nuevos hábitos de higiene. Afuera y adentro eran espacios muy bien delimitados, uno por el resguardo, otro por el acecho del peligro constante. El adentro nos ponía nuestras elecciones de vida frente al espejo. Ya sea solos o en compañía, teníamos que idear una nueva dinámica que paliara esa ansiedad. Para unos fueron momentos muy creativos, nuevos hábitos se engendraron, la casa se organizaba mejor… y para otros, los días comenzaron a enredarse como en una madeja, y así, empezaron a pesar…
La mayoría ideó otras formas para sobrellevar la situación, económica y emocional.
Nuevas formas de salir adelante, sabiendo que eran tiempos complicados. ¿Cómo construir proyectos, si no reconocemos cuándo esto acabará? ¿Qué sabíamos de lo que viene? si ni siquiera nuestro presente podíamos entender, si estaba todo cambiando, si lo sigue haciendo… Y con esto preguntamos ¿acaso no sucede así constantemente?
La angustia que acompaña a la incertidumbre o al encierro en esta situación (y otras más) no es despreciable, por el contrario, nos pone en contacto con nuestra propia existencia, con lo que constantemente no nos preguntamos en la vida cotidiana: por la muerte, la vida misma, sus sentidos, nuestros proyectos, planes y deseos. Nos pone de frente lo que hacemos para vivir, y el para qué, y el para quién. En ese sentido, la angustia nos ofrece unas claves importantes.
Se dice que toda crisis es una oportunidad, oportunidad para que hagamos distinto, ¿para qué haber pasado por esta situación con sus particulares sufrimientos si al final volveremos a hacer todo exactamente como antes? Son precisamente esos matices de angustia e incertidumbre lo que nos conectan más con lo que queremos hacer y con lo que no.
Hoy sabemos (después de largos meses de confinamiento, esfuerzos de los trabajadores de salud, varias pérdidas de amigos y conocidos) que aún no acaba. Los esfuerzos, las pérdidas y los efectos continúan, y seguirán. Lo que sí hemos podido ver son las nuevas modalidades que adoptamos, desde el hecho de salir de casa con el barbijo, hasta optar por desarrollar habilidades que lejos están de lo que hacíamos. Nuevas formas de conectar con los demás están llevándose a cabo en estos momentos pero no sólo porque contamos con plataformas digitales que nos acercan intereses comunes, sino porque estamos siendo afectados subjetivamente; estamos aprendiendo a comunicarnos desde un lugar más vulnerable.
Editorial Espacio 2 Puntos